“La mayoría de los
problemas tienen, o
muchas soluciones, o
ninguna. Solo unos pocos
problemas tienen una
sola solución.” Edmund
C. Berkeley
La búsqueda de las
diferencias genéticas
entre las personas
representa una de las
áreas de investigación
más activa, hecha
posible gracias a la
finalización de la
secuencia del genoma
humano. Sin embargo, la
noción de que existe
algo llamado “el genoma
humano” trae consigo la
implicación de que
existen características
genómicas fundamentales
que son universales
entre todos los miembros
de una especie. La más
obvia de éstas se
refiere a la cantidad y
al arreglo o
distribución del
material genético.
Sabemos que:
-
Una copia del genoma
humano contiene 3.5
picogramos (pg o 10-12
gramos) de ADN
empacado en 23
cromosomas.
-
Los chimpancés, los
parientes más cercanos
a Homo sapiens, poseen
un genoma un poco más
pesado (3.75 pg)
repartidos en 24
cromosomas.
-
En contraste, el
genoma del cerdo
hormiguero, oricteropo
o “aardvark” (Orycteropus
afer) está contenido
en apenas 10
cromosomas pero pesa
5.8 pg.1
La idea básica que dice
que la cantidad de ADN
por juego de cromosoma
puede ser consistente
entre las células de un
cuerpo y entre
individuos de la misma
especie fue avanzada
desde 1885. Sin embargo,
una “hipótesis de la
constancia del ADN”
explícita no fue
desarrollada hasta
mediados del Siglo XX.2
Ésta surgió de un
informe publicado en
1948 sobre la “notable
constancia en el
contenido de ADN nuclear
de todas las células en
todos los individuos de
una especie animal
dada,”3 lo
cual fue interpretado
como evidencia a favor
del ADN, en vez de
proteínas, como las
moléculas responsables
de la herencia.
La hipótesis de la
constancia del ADN
En términos simples, la
hipótesis de la
constancia del ADN que
emergió a finales de la
década de 1940 y a
comienzos de la década
de 1950 consistió de dos
ideas centrales:
-
La cantidad de ADN por
juego de cromosoma
dentro de un organismo
individual es
constante.
-
El contenido de ADN de
un juego de cromosomas
es, por lo general,
invariable entre
miembros de la misma
especie.
La noción que subraya a
la constancia del ADN ha
persistido hasta medio
siglo después, a pesar
de que se han encontrado
excepciones interesantes
para ambos postulados (las
cuales están fuera del
alcance de este artículo).
De hecho, la constancia
del ADN es una asunción
importante en la
investigación moderna
sobre el tamaño de los
genomas, debido a que
los dos métodos
dominantes en la
cuantificación del ADN
dependen del uso de
estándares de contenido
de ADN “conocido” para
poder llevar a cabo
ciertas conversiones.4-6
La paradoja del Valor
C
Debido a esta constancia,
la cantidad de ADN
contenida dentro de un
juego haploide de
cromosomas recibió el
nombre de “Valor C,” una
expresión creada por
Hewson Swift en 1950.7
Un año más tarde, los
científicos proveyeron
la primera evaluación
taxonómica amplia de
Valores C, notando que:
Al comparar al más
grande con uno de los
más pequeños ejemplos
entre los vertebrados
se descubre que una
célula de la
salamandra Amphiuma,
un urodelo, contiene
70 veces más ADN que
el que se encuentra en
una célula de un ave
de corral, un animal
mucho más altamente
desarrollado. Parece
ser muy poco probable
que la salamandra
contenga 70 veces más
genes diferentes que
un ave de corral o que
un gen de salamandra
contenga 70 veces más
ADN que un gen de ave
de corral. Para hacer
una comparación
diferente: una célula
de la salamandra Amphiuma contiene 170
veces más ADN que una
célula de un pariente
relativamente cercano,
el pez ballesta o
gatillo, mientras que
la célula de éste
último contiene
solamente 9 veces más
que la célula de una
esponja, la cual es
mucho más lejana
filogenéticamente de
cualquier vertebrado.8
No es difícil entender
por qué las
observaciones como éstas
generaron una confusión
considerable en las dos
décadas siguientes. C.
A. Thomas dijo en 1971,
“Se argumentó que los
mamíferos muestran una
complejidad del
desarrollo mayor que los
peces primitivos y, por
lo tanto, deben tener
más genes que éstos. Sin
embargo, ¿por qué pueden
tener más ADN estas
formas inferiores si el
ADN es la base química
de los genes?”9
Para los investigadores
del pasado esto pareció
totalmente paradójico, y
de hecho, Thomas le dio
el nombre de “la
paradoja del Valor C” a
la falta de conexión
entre el tamaño del
genoma y la complejidad
del organismo.
La paradoja del Valor C
ha sido tradicionalmente
descrita en tres formas
diferentes:
-
Los organismos más
complejos no tienen
necesariamente genomas
más grandes que los
organismos más
simples. “La cantidad
de ADN no parece estar
relacionada al número
de genes, dado que la
cantidad de ADN no
aumenta claramente con
la complejidad y el
número de caracteres
hereditarios.”10
-
Cualquier genoma
parece contener más
ADN que la necesaria
para el número
predicho de genes.
“Uno de los problemas
de la genética de los
eucariotes es que los
organismos más
avanzados poseen mucho
más ADN en su genoma
que el que necesitan
como información
genética.”11
-
Algunas especies
cercanamente
relacionadas exhiben
contenidos de ADN
divergentes. “La paradoja es el hecho
de que organismos con
el mismo nivel general
de complejidad
morfológica, la cual
se presume que tiene
el mismo requerimiento
genético, a menudo
poseen genomas cuyo
contenido de ADN
difiere en varios
órdenes de magnitud.12
Considere por ejemplo el
tamaño reportado de los
genomas versus las
nociones semi-subjetivas
de complejidad de
algunos organismos bien
conocidos:
-
Nematodo (Caenorhabditis
elegans): 0.1 pg
-
Berro común de pared (Arabidopsis
thaliana): 0.16 pg
-
Mosca de la fruta (Drosophila
melanogaster):
0.18 pg
-
Pez fugo o globo (Takifugu
rubripes): 0.4 pg
-
Arroz (Oryza sativa):
0.5 pg
-
Humano (Homo
sapiens): 3.5 pg
-
Rana leopardo (Rana
pipiens): 6.7 pg
-
Cebolla (Allium
cepa): 16.75 pg
-
Saltamontes de montaña
(Podisma pedestris):
16.9 pg
-
Salamandra tigre (Ambystoma
tigrinum): 32 pg
-
Azucena (Lilium
longiflorum): 35.2
pg
-
Anguila pulmonada (Protopterus
aethiopicus): 132
pg
El genoma humano,
resulta ser, es
completamente promedio
en tamaño para un
mamífero y
significativamente más
pequeño que el genoma de
varias plantas, anfibios,
insectos y hasta de
algunos protozoarios
unicelulares. Algunos
autores aparentemente
sintieron que esta
revelación golpeaba al
ego humano, tal y como
se refleja en esta queja:
Dado que somos un poco
chauvinistas acerca de
nuestra propia especie,
nos gustaría pensar que
el hombre es con
seguridad una de las
especies más complicadas
de la tierra y, por lo
tanto, que requiere el
número máximo de genes.
Sin embargo, la humilde
hepática de las fuentes
(Marchantia polymorpha)
tiene 18 veces más ADN
que nosotros y la
viscosa salamandra
conocida como Amphiuma
tiene 26 veces más ADN
que nuestro complemento.
Para añadir más al
insulto, la unicelular
Euglena tiene casi tanto
ADN como un ser humano.13
ADN no codificador y
el fin de la paradoja
A pesar de su nombre, la
“paradoja” no fue tanto
la falta de correlación
con la complejidad por
si misma sino en vez la
inhabilidad de los
investigadores tempranos
de reconciliar la
constancia del contenido
del ADN dentro de una
especie (la cual ocurre
porque representa el
material de los genes)
con la variación en la
cantidad de ADN entre
las especies (la cual no
se relaciona al número
de genes). Hoy en día,
la solución a la
paradoja está
ampliamente reconocida:
La mayoría del ADN de
los eucariotes no
codifica proteínas, por
lo cual no es de
esperarse que un
organismo complejo deba
tener un genoma grande o
que un organismo simple
deba tener un genoma
pequeño.
Para expresarlo
brevemente, la paradoja
del Valor C desapareció
en el momento en que los
geneticistas abandonaron
el concepto de un genoma
compuesto por genes,
todos los genes, y nada
más que los genes.
Hace 20 años, Stanley K.
Sessions lo dijo mejor
que nadie en una
revisión editorial del
libro de mucha
influencia titulado La
Evolución del Tamaño del
Genoma,14:
La paradoja del Valor C
es la observación de que
el tamaño del genoma no
corresponde a la
cantidad de ADN
necesaria para la
codificación de
proteínas. Esta
observación es
paradójica solo bajo la
expectativa de que el
tamaño del genoma
debería ser igual o
proporcional al número
de genes y, por lo tanto,
debería incrementar a
medida que aumenta la
“complejidad del
organismo.” Esta
paradoja, literalmente,
desapareció con el
descubrimiento de que
los genomas contienen
ADN “en exceso” (repetitivo)
que no se transcribe en
productos funcionales.
Por lo tanto, no es ya
misterioso que las
salamandras, por ejemplo,
puedan tener un genoma
más grande que el de los
humanos. El origen y la
función precisa de este
ADN “en exceso” (el cual
puede constituir más del
99% del ADN genómico)
continua siendo un
problema sin resolver,
aunque no es una
paradoja.15
A pesar de ser
comparativamente modesto
en su tamaño, el genoma
humano provee un ejemplo
excelente sobre la
abundancia
extraordinaria del ADN
no codificador y, por
ende, una solución a la
vieja “paradoja del
Valor C.” En el año
2001, el Consorcio
Internacional para la
Secuenciación del Genoma
Humano reveló que cada
copia del genoma humano
consiste de los
siguiente:
-
1.5% de genes
codificadores de
proteínas
-
25.9% de intrones (regiones
no codificadoras entre
las secuencias de
genes)
-
20.4% elementos
nucleares largos
intercalados (“LINEs”
en sus siglas en
inglés),
-
incluyendo 516.000
copias de el elemento
transportable conocido
como LINE-1
-
13.1% de elementos
nucleares cortos
intercalados (“SINEs”
en sus siglas en
inglés), incluyendo
1.090.000 copias del
elemento Alu
-
2.9% de transposones
de ADN (elementos
móviles de ADN)
-
8.3% de repeticiones
terminales largas (“LTRs”
en inglés)
retrotransposones (transposones
copiados del ARN y
flanqueados por
secuencias repetidas)
-
5% duplicaciones de
segmentos
-
3% repeticiones de
secuencias simples
-
11.6% secuencias
únicas misceláneas
-
8% misceláneo material
de ADN, o
heterocromatina.
El enigma del Valor C
Wendel L. Wilkie dijo
una vez: “un buen
eslogan puede impedir el
análisis por 50 años.” A
pesar de su
obsolescencia obvia, y
en un caso muy claro de
inercia lingüística
tomando precedencia
sobre la precisión
científica, el término
“paradoja del Valor C”
continúa teniendo un uso
amplio, a menudo
trayendo como resultado
la confusión y los
errores en la
comunicación. La
variación en el tamaño
del genoma no es
paradójica en lo más
mínimo, sino tal y como
lo han explicado
Sessions y otros, un
viejo rompecabezas que
requiere una solución.
Como una alternativa al
término obsoleto de
“paradoja del Valor C,”
el cual tiende a
inspirar intentos
unidimensionales para su
explicación, el término
nuevo “enigma del Valor
C” ha sido ofrecido en
su lugar.17-19
Como un enigma, es decir,
un rompecabezas complejo,
el tema de la variación
del tamaño del genoma
puede ser dividido
explícitamente en varias
preguntas, cada una de
las cuales debe ser
respondida si uno quiere
lograr una comprensión
completa del tema:
-
¿Cuáles son las
fuentes de todo este
ADN no codificador?
-
¿En qué proporciones
están representados
los varios tipos de
ADN no codificador en
los genomas de
especies diferentes?
-
¿Por cuáles mecanismos
se gana o se pierde
ADN no codificador en
la historia evolutiva?
-
¿Cuáles son las
implicaciones
fenotípicas, o en unos
casos hasta
funcionales, del ADN
no codificador?
-
¿Por qué los genomas
de ciertas especies,
como los de los
nematodos o el del
arroz, son económicos
y los de los peces
pulmonados o las
azucenas son
positivamente enormes?
Desenredando el
enigma
A pesar de que aún se
debe llevar a cabo mucha
investigación sobre cada
una de estas preguntas
del enigma del Valor C,
las investigaciones de
los últimos 50 años,
desde el origen de la
hipótesis de la
constancia del ADN hasta
la era moderna de la
secuenciación de genomas
completos, ha revelado
mucha información
importante sobre la
naturaleza y los
impactos del ADN no
codificador. Entra los
descubrimientos más
notables se encuentran:
-
Una gran fracción de
los genomas
eucarióticos está
compuesta de
“parásitos genómicos”
en forma de elementos
transponibles; en los
humanos, casi la mitad
del genoma consiste de
dicho “ADN egoísta”.
Es más, los genomas
grandes contienen una
gran proporción de
elementos
transponibles y una
proporción más baja de
genes que codifican
proteínas que los
genomas más pequeños.
-
La abundancia y/o el
largo de varios tipos
tanto de ADN de copia
simple como de ADN
repetitivo que no
codifica, parece
aumentar junto con el
tamaño del genoma,
incluyendo todos los
tipos de elementos
transponibles,
intrones,
microsatélites (secuencias
repetitivas cortas de
nucleótidos) y genes
ARN ribosomal. La
amplificación y
pérdida de estos tipos
de secuencias varía,
lo cual sugiere que
puede haber un
mecanismo general para
la modulación del
contenido de ADN que
se aplica a través del
genoma.
Existen mecanismos que
son capaces de aumentar
o disminuir el tamaño
del genoma en escalas
evolucionarias tanto
cortas como largas. Por
ejemplo, la
transposición
duplicativa de elementos
transponibles y las
duplicaciones a escalas
pequeñas y grandes (desde
un gen sencillo hasta
genomas enteros) puede
añadir ADN a los genomas,
a veces en cantidades
grandes y a menudo muy
rápidamente en términos
evolutivos. Otros
procesos pueden ya sea
añadir o remover ADN en
un rango de escalas,
como por ejemplo, la
inserción o la
eliminación desde uno a
varios nucleótidos
durante la replicación
del ADN, los eventos de
recombinación que llevan
a la ganancia o pérdida
de segmentos de
cromosomas, y las
ganancias o pérdidas de
cromosomas enteros.
-
El tamaño del genoma
en un gran rango de
tipos de células y de
organismos se
correlaciona
positivamente al
tamaño de la célula y
del núcleo y
negativamente a la
tasa de división
celular. La
preponderancia de
evidencia indica que
el tamaño del genoma
ejerce una influencia
causativa a estos
parámetros celulares.
-
Dependiendo de la
biología del grupo en
cuestión, los efectos
a nivel celular de la
variación del tamaño
del genoma pueden
resultar en
correlaciones entre el
contenido de ADN y el
tamaño del cuerpo, la
tasa metabólica, la
tasa de desarrollo, la
complejidad de los
órganos, la
distribución
geográfica y el nicho
ecológico.
¿Una nueva paradoja?
La mayor parte de la
discusión temprana sobre
la paradoja del Valor C
fue predicada bajo la
asunción de que el
número de genes y la
complejidad del
organismo debían estar
estrechamente ligados.
Debido a la
extraordinaria
complejidad del
organismo que lo lleva,
se esperaba que el
genoma humano en
particular contuviera un
número excepcionalmente
alto de genes
codificadores de
proteínas. Antes de que
se completara el primer
esbozo de la secuencia
del genoma humano, se
estimaban comúnmente
unos 100.000 genes. En
realidad, el genoma
humano apenas contiene
unos 20.000 a 25.000
genes.20 Al
comparar esto con más de
3.000.000 copias de
elementos transponibles
presentes en cada genoma
humano, incluyendo a más
de un millón de copias
del gen SINE Alu, no es
sorprendente que W. Ford
Doolittle sugirió una
vez, medio en serio y
medio en broma, que
nuestros genomas “pueden
irónicamente ser vistos
como vehículos para la
replicación de las
secuencias de Alu.”21
La inspección de los
genomas de otras
especies muestra que,
tal como el tamaño del
genoma, el número de
genes es un mal
pronosticador de la
complejidad de los
organismos:
-
Mosca de la fruta (Drosophila
melanogaster):
13.500 genes
-
Nematodo (Caenorhabditis
elegans): 20.000
genes
-
Ser humano (Homo
sapiens): 20.000 a
25.000 genes
-
Pez fugo o globo (Takifugu
rubripes): 21.000
genes
-
Berro común de pared (Arabidopsis
thaliana): 25.500
genes
-
Arroz (Oryza sativa):
40.000 a 50.000 genes
Al igual que con los
Valores C, esta
observación ha sido la
fuente de mucha sorpresa
entre los investigadores
de genomas. Algunos se
han preguntado, “¿Cómo
puede nuestra
supremamente sofisticada
especie estar gobernada
por solamente de un 50 a
un 100% más genes que
los de un nematodo?”22
Siguiendo la misma
fórmula que la del
tamaño del genoma (expectativa
simplista + datos
contradictorios = “paradoja”),
esta disparidad entre el
número de genes y la
complejidad ha sido
llamada la “paradoja del
Valor G” o “paradoja del
Valor N.”23-25
El enigma del Valor G
Quizás valga la pena
decir que la “paradoja”
del Valor G, tal como su
predecesor el Valor C,
no es paradójica en lo
absoluto. Los datos que
están emergiendo de los
estudios de la genómica
comparativa indican que
los mecanismos por los
cuales el genoma
especifica la
construcción de un
organismo son complejos
y, por ahora,
desconcertantes, es
decir, un “enigma del
Valor G.” Tal y como el
enigma del Valor C, este
nuevo rompecabezas se
podrá resolver cuando
las piezas estén
claramente delineadas.
En este caso, algunas de
las preguntas
pertinentes incluyen a
las siguientes:
-
¿Cuáles son los
mecanismos que regulan
a los genes y cómo
esto contribuye a la
alta diversidad de
tejidos que son
construidos por un
número bajo de genes?
La sugerencia reciente
de un segundo “código”
no génico en el ADN
basado en las
posiciones de las
estructuras
empaquetadoras
llamadas nucleosomas,
provee un ejemplo
estimulante del tipo
de descubrimiento que
se verá venir en esta
área.26
-
¿Qué papeles juega (si
alguno) el ADN no
codificador en el lazo
entre el genoma y el
fenotipo? Detalles
interesantes que han
resultado de los
estudios generales
sobre el tamaño del
genoma, tales como los
descritos
anteriormente, tienen
relevancia directa en
este asunto, como
también lo tienen
otras influencias
tales como la posición
y configuración del
ADN, los niveles de
compactación del ADN y
otros factores no
génicos.
-
¿De qué formas las
interacciones entre
los genes son
responsables por la
emergencia de unidades
complejas completas a
partir de un número
relativamente limitado
de partes?
-
¿Cuántos productos
proteínicos diferentes
puede codificar una
región simple de un
gen a través de
procesos tales como el
empalme alternativo y
hasta que punto esto
puede explicar la
diversidad de
productos proteínicos
que pueden resultar de
un genoma codificador
de proteínas
relativamente simple?
Perspectivas futuras
A pesar de que no han
sido aún reconocidas
explícitamente como
partes de un
rompecabezas más grande,
cada una de las
preguntas componentes
del enigma del Valor G
es el sujeto de una
cantidad ascendiente de
estudios. Hasta el punto
en que los elementos
transponibles cooptados
jueguen un papel en la
regulación genética, en
que el ADN no
codificador influencie a
la regulación genética,
en que los intrones se
encuentren involucrados
en el empalme
alternativo, y en que el
contenido bruto de ADN
ejerza un impacto en los
fenotipos celulares y
organísmicos, es claro
que los enigmas del
Valor C y el Valor G
son, en si mismos, parte
de una búsqueda mayor
para comprender la
forma, la función y la
evolución de los genomas.
Con el fin de avanzar
esta causa, la comunidad
científica podría tomar
varios pasos clave:
-
Considerar los
resultados que
contradicen a las
asunciones simplistas
sobre los genomas,
notablemente aquella
que dice que uno o
unos pocos parámetros
genómicos lineares
deben determinar la
complejidad de los
organismos, como retos
interesantes, en vez
de enmarcarlos como “paradójicos.”
-
Pensar sobre los
genomas como entidades
biológicas complejas
con sus propiedades
inherentes y sus
historias evolutivas.
-
Caracterizar tanto a
los componentes de los
genomas codificadores
como a los no
codificadores y sus
proporciones relativas
en los proyectos de
secuenciación completa.
-
Crear mejores enlaces
entre los
investigadores que
estudian el tamaño de
los genomas (el enigma
del Valor C) con
aquellos que trabajan
con las secuencias y
las funciones de los
genes (el enigma del
Valor G) y hacer un
mayor esfuerzo en
combinar los
descubrimientos
derivados del estudio
de cada uno de los
componentes mayores de
seres vivientes y
dirigirse más allá del
molde actual de los
organismos modelo.
La lección de los
últimos 50 años, y el
principio dirigente más
productivo para la fase
siguiente de la ciencia
genómica, es que los
genomas son complejos y
fuertemente resistentes
a las explicaciones
unidimensionales. Para
ponerlo de una manera
más sencilla, aquellos
que desean iluminar a
las causas y a las
consecuencias de la
variación genética a
cualquier nivel, deben
tener lo siguiente en
mente: las paradojas son
frustrantes, pero los
rompecabezas claramente
definidos son
estimulantes.
© 2006, American
Institute of Biological
Sciences. Los educadores
tienen permiso de
reimprimir artículos
para su uso en salones
de clase; otros usuarios
por favor contactar al
editor para obtener
permiso de reimpresión.
Favor ver
políticas de reimpresión.
Sobre el autor:
El Doctor T. Ryan
Gregory es profesor
asistente en el
Departamento de Biología
Integrativa de la
Universidad de Guelph,
Ontario, Canadá. Gregory
ha recibido varias becas
y premios de prestigio,
incluyendo el Premio
Post-doctoral Howard
Alper en el 2003, el
Premio Arch del
MacMaster Alumni
Association en el 2005 y
el Premio “Joven
Investigador” de la
Asociación
Norteamericana de
Naturalistas en el 2006.
Los intereses primarios
de investigación de
Gregory incluyen la
evolución a gran escala
del genoma, la
diversidad biológica y
genómica y la
macroevolución. En el
2001 creó la Base de
Datos del Tamaño del
Genoma Animal y publicó
en el 2005 el libro La
Evolución del Genoma
(The Evolution of the
Genome, Elsevier).
http://www.genomesize.com/gregorylab/ |
Ayuda de impresión: hemos recibido
comentarios sobre
dificultades en imprimir
artículos desde
Netscape.
Si esto le
ocurre a usted, por
favor
use
Internet Explorer.
Por favor vea el
artículo original en
inglés para enterarse
más sobre el tópico del
artículo o para tener
acceso a la lección que
lo suplementa. (Enlaces
y lecciones no han sido
traducidas.)
Este artículo en inglés
Directorio de artículos
en español
la página
principal
Referencias del artículo:
Estas referencias
están en inglés. Las
referencias no han sido
traducidas al español
dado que la mayoría de
los artículos citan
fuentes en el idioma
inglés.
1) Gregory, T. R. 2006.
Animal Genome Size
Database.
http://www.genomesize.com
(accessed Aug. 22,
2006)
2) Swift, H. 1950a. The
desoxyribose nucleic
acid content of animal
nuclei. Physiological
Zoology 23: 169–198.
3) Vendrely, R., and C.
Vendrely. 1948. La
teneur du noyau
cellulaire en acide
désoxyribonucléique à
travers les organes, les
individus et les espèces
animales: Techniques et
premiers résultats.
Experientia 4:
434–436.
4) Price, H. J., and J.
S. Johnston. 1996.
Analysis of plant DNA
content by Feulgen
micro-spectrophotometry
and flow cytometry. In
P. Jauhur (ed).
Methods of Genome
Analysis in Plants,
pp. 115–132. Boca Raton,
FL: CRC Press.
5) Hardie, D. C., T. R.
Gregory, and P. D. N.
Hebert. 2002. From
pixels to picograms: A
beginners' guide to
genome quantification by
Feulgen image analysis
densitometry. Journal of
Histochemistry and
Cytochemistry 50:
735–749.
6) DeSalle, R., T. R.
Gregory, and J. S.
Johnston. 2005.
Preparation of samples
for comparative studies
of arthropod
chromosomes:
Visualization, in situ
hybridization, and
genome size estimation.
Methods in Enzymology
395: 460–488.
7) Swift, H. 1950b. The
constancy of
desoxyribose nucleic
acid in plant nuclei.
Proceedings of the
National Academy of
Sciences of the USA
36: 643–654.
8) Mirsky, A. E., and H.
Ris. 1951. The
desoxyribonucleic acid
content of animal cells
and its evolutionary
significance. Journal
of General Physiology
34: 451–462.
9) Thomas, C. A. 1971.
The genetic organization
of chromosomes.
Annual Review of
Genetics 5: 237–256.
10) Vendrely, R. 1955.
The deoxyribonucleic
acid content of the
nucleus. In E. Chagraff
and J.N. Davidson (eds).
The Nucleic Acids,
volume 2, pp. 155–180.
New York: Academic
Press.
11) MacLean, N. 1973.
Suggested mechanism for
increase in size of the
genome. Nature,
New Biology 246:
205–206.
12) Gall, J. G. 1981.
Chromosome structure and
the C-value paradox.
Journal of Cell Biology
91: 3s–14s.
13) Comings, D. E. 1972.
The structure and
function of chromatin.
Advances in Human
Genetics 3: 237–431.
14) Cavalier-Smith, T
(ed). 1985. The
Evolution of Genome Size.
Chichester, UK: John
Wiley & Sons.
15) Sessions, S. K.
1986. Thoughts on genome
size: The controversy
continues. Cell
45: 473–474.
16) International Human
Genome Sequencing
Consortium. 2001.
Initial sequencing and
analysis of the human
genome. Nature
409: 860–921.
17) Gregory, T. R. 2001.
Coincidence, coevolution,
or causation? DNA
content, cell size, and
the C-value enigma.
Biological Reviews
76: 65–101.
18) Gregory, T. R. 2004.
Macroevolution,
hierarchy theory, and
the C-value enigma.
Paleobiology 30:
179–202.
19) Gregory, T. R. 2005.
Genome size evolution in
animals. In T. R.
Gregory (ed). The
Evolution of the Genome,
pp. 3–87. San Diego, CA:
Elsevier.
20) International Human
Genome Sequencing
Consortium. 2004.
Finishing the
euchromatic sequence of
the human genome.
Nature 431: 931–945.
21) Doolittle, W. F.
1997. Why we still need
basic research.
Annals of the Royal
College of Physicians
and Surgeons of Canada
30: 76–80.
22) Harrison, P. M., A.
Kumar, N. Lang, M.
Snyder, and M. Gerstein.
2002. A question of
size: The eukaryotic
proteome and the
problems in defining it.
Nucleic Acids
Research 30:
1083–1090.
23) Claverie, J.-M.
2001. What if there are
only 30,000 human genes?
Science 291:
1255–1257.
24) Betrán, E., and M.
Long. 2002. Expansion of
genome coding regions by
acquisition of new
genes. Genetica
115: 65–80.
25) Hahn, M. W., and G.
A. Wray. 2002. The
g-value paradox.
Evolution & Development
4: 73–75.
26) Segal, E., Y.
Fondufe-Mittendorf, L.
Chen, A. Thastrom, Y.
Field, I. K. Moore,
J.-P. Z. Wang, and J.
Widom. 2006. A genomic
code for nucleosome
positioning. Nature
advance online
publication (July 19,
2006). DOI:
10.1038/nature04979. |